miércoles, 29 de febrero de 2012

El Engendro Perfecto.

     Ya desde niño sintió un gusto desmesurado por el arte,  especialmente aquel que a ojos de los demás podía resultar grotesco. Podía perderse durante horas en los detalles sombríos reflejados en cada porción del lienzo con un profundo sentimiento de placer desbordándole el pecho. Sentía en cambio un fuerte desagrado por el arte de principios hedonistas que era admirado por todos. Su profunda fijación llego a perturbar a sus padres que lo mantuvieron en tratamiento durante algunos meses hasta que el psicólogo dictaminó que nunca había visto a un muchacho tan cuerdo, tan hábil de lengua que pudiera expresar de una manera tan concisa sus inclinaciones estéticas sin resultar desagradable. Finalmente su obsesión fue ignorada o mejor dicho acallada por los resultados académicos que obtenía sin esfuerzo.
     A los treinta años, libre de cualquier resto de la opresión paterna se convirtió para su dicha en un excéntrico coleccionista. Artes oscuras y macabras, reflejos del dolor humano, artistas condenados, perseguidos o ajusticiados por la Inquisición. Su misma casa, ubicada en una colina solitaria a las afueras de la ciudad había sido edificada por uno de aquellos artistas locos, que obsesionados hasta el final por terminar su obra maestras lo pierden todo. El pobre hombre había quedado encerrado por accidente en el sótano, donde a falta de alimentos se vio obligado a devorar sus propias manos en un arrebato de locura.  A esas horas de la noche, sentado en su sofá favorito contemplaba una de sus últimas adquisiciones. Resultado de una mente enferma que había desaparecido de manera casi diabólica de entre los hombres. Un enorme reloj cucu de unos dos metros de alto y uno de ancho. Si
bien estos solían ser parecidos a pequeñas cabañas, este se asemejaba más a una lúgubre mansión de formas retorcidas y torres puntiagudas. La puerta doble aguardaba tranquila el paso de las agujas para abrirse y liberar al ave de su encierro. Él esperaba tranquilo el momento en que contemplaría en todo su esplendor el oscuro monumento que había adquirido en una subasta del bajo mundo.
       Fue entonces cuando las dos sangrientas espadas chocaron indicando el cambio de hora y de día. El mecanismo se activó repentinamente, giraban los engranajes internos muy lentamente. La puerta
tembló, el resorte saltó disparado y en su punta... Oh Dios, ¿es posible que la locura de una persona quede grabada dentro de sus creaciones y se libere eventualmente de manera tan monstruosa aun
después de la muerte del autor? ¿O es que el autor victima de su locura se transmuta sin darse cuenta en una pesadilla viviente? Ahí encadenada a la punta se encontraba el ave más monstruosa que ojos humanos pudieran contemplar. Su plumaje negro y pestilente como la noche cubría todo su cuerpo lleno de arrugas y deformaciones. Dos ojos saltones irrigados de venas rojas, un pico curvo lleno de colmillos, un aborto de la naturaleza. Cuando se sacudía liberaba una nube de cenizas que caían sobre la fina alfombra.
         Él estaba extasiado, tenía frente a su persona al engendro perfecto, pero al mismo tiempo era la manifestación de sus enfermizos deseos y sueños. Esa criatura le había quitado su meta, de que le serviría seguir buscando algo grotesco si allí estaba la manifestación de todo lo horrible. Lo odiaba,
rápidamente tomo un libro de una mesa cercana y lo lanzó hacia la criatura mientras esta regresaba maldiciendo, a su nido.  El libro dio en el blanco y derribó el artefacto que cayó al piso haciéndose pedazos. Esto lo horrorizó aun más. Elmonstruo estaba libre.

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